El automóvil, en cierto periodo de la historia moderna, fue ante todo un medio con el que desplazarse, una verdadera evasión que creaba algo más que una sugestión: por fin el hombre sería capaz de alcanzar velocidades imposibles para sus piernas solas, y situado en un contexto como el de los primeros vuelos de aviones, parecía casi como si estuviéramos a punto de poder competir con la naturaleza en igualdad de condiciones.

Los primeros prototipos de vehículos de motor se convirtieron en sinónimos de futuro, de libertad y en símbolos de quienes repudiaban la inmovilidad del pasado.

No es casualidad que los futuristas retrataran el automóvil como una expresión de triunfo, “la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza; la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con grandes tubos en forma de serpiente con aliento explosivo (…) rugiendo, pareciendo correr a fuego de ametralladora, es más bello que la Victoria de Samotracia“, así Marinetti y sus asociados deificaban el progreso personificado por las máquinas.

A lo largo del tiempo, el coche ha sido repetidamente un status quo, la representación de una clase social (como la bonanza económica también retratada en el pop-art de Roy Liechtenstein) y, en general, un coche nuevo siempre se ha asociado al progreso tecnológico y social (¿es casualidad que viajar en el tiempo en los años 80 fuera posible gracias a un coche? Basta con preguntar por el DeLorean de Regreso al futuro).

En este valor artístico en el que el coche se convierte en un viático social encaja la iniciativa Pop-Car, que este año firma el diseñador turinés Umberto Palermo quien, junto a Antonio Perotti, concibió una exposición sobre el ‘Mole Urbana‘, un coche eléctrico que fue cedido a 16 artistas de 4 continentes, quienes reinterpretaron la naturaleza del citycar siguiendo la estela de la corriente Bauhaus que se desarrolló a principios del siglo XX experimentando con las posibles combinaciones entre arte figurativo y producto industrial.

La exposición, que podrá visitarse hasta el 6 de septiembre, pretende tomar los conceptos de la escuela alemana y actualizarlos apoyándose en artistas que van desde las reminiscencias pop, surrealistas y postmodernistas pero abarcando diversos estilos y corrientes. Todo con el objetivo de enfatizar a través de la oportunidad artística el proceso de innovación y cambio que se está produciendo en la industria del automóvil en los últimos años.  

La revolución eléctrica pasa también por el expediente más fuerte de la innovación, es decir, el arte.

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